lunes, junio 27, 2005

La flecha envenenada

Éste es el cuento que ha creado Marcos Xalabarder (de la página pideme un cuento)el final me ha dejado fría,fue como mirarme en un espejo...Desde aquí le doy las gracias,me ha gustado mucho...


Palabras:

Viento, libertad, veneno, pensamiento, duende, melancolia, susurros, fugaz, recuerdos,mentira,muerte,noche.



El cuento:

Las flechas surcaban el cielo durante la batalla. Al cielo sólo llegaban con el propósito de abandonarlo después de trazar su parábola. El cielo, como observador imparcial, se prestaba. “Yo ni entro ni salgo en el curso de la batalla”, decía el cielo mientras ofrecía sus nubes como descanso para los caídos.
Eran los tiempos en que las guerras se decidían según mandaban las estrellas. Ambos ejércitos sabían de antemano que la suerte estaba echada y aun conociendo su destino lo aceptaban. Los vencidos se entregaban a la muerte sin derramar una sola lágrima y habiendo guerreado con todas sus fuerzas y valentía. El destino no importaba, sólo la manera de llegar hasta él.
Pero en el ejército de los derrotados había un arquero que no se resignaba a su sino. Con el deseo de liberarse de su yugo, impregnó una de sus flechas con veneno y la disparó hacia el imparcial. Emponzoñado, el cielo, hasta entonces impasible, comenzó a revolverse de dolor, abriendo brechas por donde rayos y truenos se arrojaron indiscriminadamente contra ambos ejércitos.
La batalla se volvió sangrienta. Rotas las reglas del cielo, rota la harmonía, la confusión se instaló entre los guerreros. Muchos destinos se alteraron y la parca se dio festines inesperados. El cielo, herido, no distinguía el negro del blanco. El arquero de la flecha envenenada miraba con estupor desde las almenas la furia de los vientos y de los fuegos y se preguntaba si no habría sido preferible entregar libremente su cabeza a desatar una destructiva tormenta. Durante las horas que siguieron el arquero reflexionó con miedo sobre su acto de rebeldía y se subió a la torre más alta para ofrecer su vida al primer rayo que el cielo furioso quisiera enviarle.
Subido sobre la almena más alta, los brazos extendidos, el arquero arrepentido gritaba que le partiera un rayo. Pero todos pasaban de largo. Algunos derribaron muros, otros destruyeron maquinarias y la lluvia torrencial arrastró a las caballerías. Hasta que al fin cayó la noche y el cielo se retiró, agotado, para dar paso a una luna llena.
La luna alumbraba todo el campo de batalla. Ambos ejércitos yacían descoyuntados entre las colinas y las murallas del castillo. Ninguno había tomado la victoria por su mano.
Arrodillado sobre la almena, el arquero le preguntaba a la luna por qué no había recibido su castigo por alterar el destino de la batalla. La luna, tomando una nube delgada para vestir de dulzura sus palabras, le respondió: “¿Castigo? Querido amigo, ¿no tienes bastante con las consecuencias de lo que has causado? Sonríe, porque eres al mismo tiempo libre y esclavo, puesto que puedes hacer lo que te complazca y, sin embargo, no podrás evitar nunca los efectos de tus actos”.