jueves, febrero 28, 2013

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Vivíamos a la sombra de las luces, detrás de los espejos que acallaban noches largas y despertares cansados...
Éramos, lo que se podría decir, un soneto de un poema inacabado, una película en blanco y negro, un funeral con coro y sin flores... 
Éramos el drama en direcciones opuestas. Todo iba bien si la pasión nos ganaba... Tú y yo jamás íbamos a ser personas reales. Una pareja de pájaros malheridos, que se atacan y se salvan mutuamente sin piedad...
Aun con todo, la infelicidad nos hacía felices. Dentro de una ciudad que habíamos inventado, donde los dos teníamos un gran papel que interpretar y un telón que no estábamos dispuestos a bajar.
Estuvimos bailando durante cuatrocientos ochenta y dos días... Nunca nos hizo falta tener una canción, yo cada noche caía en sus brazos, dormida... Me dormiste cada noche con el veneno dulce de tus labios...
Sabías a sal de mar, a mar implacable. Y como un mar bravo mecías mi cama hasta quedarte sin fuerzas... El invierno, vertido encima de mi cuerpo y mis noches me dejó sola hasta que te fuiste...
Ahogados, sin versos ni alma, sin nudo en la garganta, fuimos cayendo en un letargado sueño donde nos íbamos inventando los recuerdos...
Que dulces eran los despertares de nuestros recuerdos. Que eternos los
besos, que silenciosa la rabia... Que largos los recuerdos donde arrancabas mi ropa e ibas más allá de mis límites... más allá de los tuyos, pero nunca de los nuestros.
Cuatrocientos ochenta y dos días... No se trató de ser felices si no de salvar la vida...

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